Ante otros temas de rigurosa actualidad he tenido que relegar unos días mi humilde comentario sobre esa gran figura que es Ricardo Darín. Aquellos que nacimos en la cuna albiceleste tenemos una suerte de obsesión con respecto a nuestros «embajadores» a lo largo y ancho del globo, y él es mi favorito. Siempre se dice que tenemos a ‘D10s' (en alusión al número 10 que vestía Maradona en la selección de fútbol), al ‘Messías' y al Papa. Yo, si se me permite, quisiera agregar a Darín. Hace poco más de una semana se hacía con un Goya al mejor actor protagonista por su interpretación de Julían en Truman. Al enterarme se me llenó el corazón de orgullo. Una historia fantástica encarnada por un actor único como sólo él puede ser.

Aunque a muchos les cueste creerlo crecí viendo a Darín en un programa televisivo llamado «Mi cuñado» que era una remake de otro homónimo que databa de 1976. En esta nueva versión un joven Ricardo hacía reír a familias enteras cada jueves a las 21 horas con las peripecias que conlleva el hecho de ser un cuñado «vividor». Lo que me emociona es el recuerdo de compartir ese momento en familia, para que después digan que la televisión es mala. Todo en su justa medida. Años más tarde tuve la inmensa suerte de formar parte del público de un teatro porteño en una función de esa legendaria obra que protagonizó durante 12 años titulada Art, que incluso lo trajo a escenarios españoles, para la cual las entradas debían ser compradas con meses de antelación. El teatro al completo enmudeció en cuanto él puso un pie en escena, su sola presencia colmó cada espacio de la sala. Volviendo a Truman, no quiero terminar sin decir que Cesc Gay ha bordado cada detalle a la perfección, ha captado y sabido transmitir de forma impecable los detalles que sólo podemos ver aquellos que tenemos el corazón formado por dos tierras, dos raíces, en una interpretación que sólo Ricardo Darín podía realizar con tanta convicción.