Me cuesta creer que el conseller insular de Medi Ambient, Miquel Vericad, no supiera hasta el mismo día de autos que las cabras de es Vedrà iban a ser aniquiladas. Desde el inicio de la legislatura el Consell d'Eivissa y el Govern balear han presumido de tener unas relaciones excelentes y de estar en permanente contacto. ¿Por qué iba a ser distinto en esta ocasión? La torpeza del Ejecutivo balear en este asunto ha sido mayúscula (¿quién iba a decirme a mí que estaría de acuerdo con Di Terlizzi?), porque las cabras de es Vedrà no tienen (perdón, tenían) nada que ver con las que se pasean por la Serra de Tramuntana. Y, por lo tanto, no la medida a aplicar no debía ser la misma. Una vez se ha desmontado la falacia de que las cabras no podían sacarse vivas del islote y que ningún ganadero tenía las infraestructuras necesarias para tenerlas en cuarentena, ¿qué excusa le queda a la Conselleria de Medi Ambient? Lejos de acabar con el problema, la decisión de Vicenç Vidal de acabar a tiros con las cabras –con la condescendencia del conseller Vericad– sólo ha provocado el encabronamiento de los ‘vedraners', que el sábado ya anunciaron que están dispuestos a repoblar el islote. No conozco personalmente a ningún ‘vedraner', pero no hay que ser demasiado inteligente ni un sabio para saber que lo peor que puede hacerle un mallorquín a un ibicenco es herirle el orgullo. Y Vidal y su tropa de pistoleros lo han conseguido. Ahora, deberán disponer de todos recursos de los que dispone la conselleria en Eivissa (escasos, por cierto) para impedir que los ‘vedraners' cumplan con su amenaza y es Vedrà vuelva a ser territorio ‘cabrum'. No lo tendrán fácil.