El domingo 24 de este mes, como todos sabemos, serán las elecciones que nos permitirán elegir a quienes van a gobernar en los ayuntamientos, en los Consells insulares y en el Parlamento Balear. Se trata de un momento importante de nuestra vida común que hemos de afrontar y ser consecuentes con ello, conscientes de que de ello depende, en gran parte, el bienestar de nuestro pueblo. Ante las elecciones, pues, todos somos responsables y no podemos descuidar el deber que tenemos.

Leyendo noticias en estos últimos tiempos nos hemos podido ir informando acerca de quienes y para qué se presentan a las elecciones en los diversos sectores, quienes son y que se comprometen a promover. Y ahora nos toca a cada uno, acudiendo a depositar nuestro voto en las urnas el día de las elecciones, optar por unas personas y unos programas. Y de nuestra opción depende el bien de nuestra sociedad.

Hay que tener presente que la política no es el poder, el dominio, sino más bien lo contrario. Ver la política y vivirla como un dominar y no como un servir y ayudar ya nos puede mover a descartar a algunos. En efecto, la política es el uso del poder legítimo para la consecución del bien común de la sociedad. Bien común que, como afirma el Concilio Vaticano II, «abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia» (Gaudium et spes, 74). La actividad política, por tanto, debe realizarse con espíritu de servicio.

Así, pues, hemos de mirar en las personas que se presentan para gobernar en los próximos años nuestra sociedad si son personas que se comprometen –y conocemos que sea así por su historia y su vida- a trabajar desinteresadamente, no buscando la propia utilidad, ni la de su propio grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno y, por lo tanto, y en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad. De los políticos que gobiernan no debemos esperar sino que nos ayuden a obtener lo necesario, lo bueno, lo conveniente; que sean promotores y defensores de ello y nunca quienes ponen obstáculos innecesarios y egoístas, cuando no cobardes y desinteresados.

El político ha de ser una persona que busque y promueva la justicia, una justicia que cree para todos los ciudadanos igualdad de condiciones, teniendo presente para ello que, sin estar en contra de nadie, su hay que favorecer alguien, ese alguien son aquéllos que, por su condición social, cultura o salud corren el riesgo de quedar relegados o de ocupar siempre los últimos puestos en la sociedad, sin posibilidad de una recuperación personal.

Particularmente quienes se presentan para los organismos que proclaman las leyes –en el sentido amplio de esta palabra- hay que tener presente el principio de que la ley positiva no puede contradecir la ley natural; en efecto, como enseñó San Juan Pablo II: «en la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles ‘mayorías' de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto ‘ley natural' inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil» (Evangelium vitae, n. 70). Esto significa que las leyes, sean cuales fueren los campos en que interviene o se ve obligado a intervenir el legislador, tienen que respetar y promover siempre a las personas humanas en sus diversas exigencias espirituales y materiales, individuales, familiares y sociales. Así no se pueden hacer leyes contra la vida, como es el aborto, contra la familia, contra la educación correcta, contra la propiedad legal, etc.

Una llamada a los políticos y legisladores que son cristianos y quieren, porque están llamados a ello, obrar en consecuencia: en la actual sociedad pluralista, el político cristiano se encuentra ciertamente ante concepciones de vida, leyes y peticiones de legalización, que contrastan con la propia conciencia. En tales casos, será la prudencia cristiana, que es la virtud propia del político cristiano, la que le indique cómo comportarse para que, por un lado, no desoiga la voz de su conciencia rectamente formada y, por otra, no deje de cumplir su tarea de legislador. Para el cristiano de hoy, no se trata de huir del mundo en el que le ha puesto la llamada de Dios, sino más bien de dar testimonio de su propia fe y de ser coherente con los propios principios, en las circunstancias difíciles y siempre nuevas que caracterizan el ámbito político.

Acogiendo pues los programas de los diversos partidos políticos que se presentan en Ibiza y Formentera, reflexionando y asumiendo cada uno la responsabilidad que tenemos de colaborar y comprometernos en una sociedad mejor, que nuestro voto el día 24 sea un voto que contribuya a la paz, el progreso y desarrollo conveniente en nuestras Islas, a la solidaridad y a la ayuda común, que sea una sociedad donde todos se encuentren bien y nadie sufra indiscriminadamente.