Bagdad fue ayer trágico escenario de una nueva masacre terrorista en la que la mayor parte de las víctimas eran inocentes peatones que pasaban por aquel lugar en un inoportuno momento. Pese a que, como es habitual en el país, las reivindicaciones de autoría tardan su tiempo, todo apunta a la negra mano de Al Qaeda como responsable de la barbarie que ha segado más de un centenar de vidas.
En nuestro país sabemos muy bien que los violentos hacen uso de los puntos más débiles para perpetrar sus ataques y ese parece ser hoy por hoy el caso de Irak. Un país en el que las fuerzas internacionales que lo han ocupado están ya en repliegue y en el que sus propios controles de inteligencia militares y policiales son aún inexpertos y frágiles. Además, la batalla de una multicolor coalición internacional contra este terrorismo islamista se libra con mayor crudeza en Afganistán.
Parece evidente que todo cuanto se ha hecho en esta lucha constante contra el terror que quieren imponer unos fanáticos no es suficiente. No basta con la acción militar, que puede haber sido de utilidad en algún caso concreto. No es suficiente con el control extremo de las vías de entrada (aeropuertos, puertos, carreteras...) en los países occidentales, porque el problema se desplaza a otros lugares que sufren el zarpazo de unos desalmados con mayor crudeza.
Es preciso, a todas luces, que se imponga una unificación de criterios jurídicos en la comunidad internacional. Pero lo más importante es llegar al fondo del problema, estudiar por qué se da esta violencia extrema y atajarla de raíz. Sólo de este modo será posible acabar con ella y tener un mundo en paz.
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