El efecto de las medidas de los países de la Eurozona no ha podido resultar, inicialmente, más positivo. Los mercados reaccionaron con fuertes subidas en sus índices, lo que pone de relieve que la inyección a las entidades financieras en Europa ha devuelto la confianza a los inversores. Pero no nos debemos dejar llevar por la euforia ni llamarnos a engaño. Es cierto que las actuaciones anunciadas van en el buen camino, pero debe mantenerse una seria vigilancia de la evolución de los acontecimientos y, sobre todo, de que esa capitalización pública de los bancos revierta en la generación de actividad con la dinamización del mercado de créditos, ahora en crisis a causa de la desconfianza.

Es imprescindible que, además, los bancos centrales, muy en especial el BCE, sean extraordinariamente receptivos y sepan captar las necesidades para una correcta evolución de la economía, tanto con las aportaciones de liquidez como con las correcciones de tipos que sean precisas.

Ahora que las bolsas han reaccionado al alza, es necesario que ese clima de confianza se traslade al resto de los ciudadanos, que han visto cómo se sucedían situaciones muy peligrosas que amenazaban con llevar al mundo a un caos económico sin precedentes.

Pese a todo ello, también es conveniente que no se baje la guardia pensando que lo peor de la tormenta ya ha pasado, porque tenemos sobre nuestras espaldas demasiadas demostraciones de que los ciclos económicos pueden resultar sorprendentes y presentar situaciones completamente inesperadas. En cualquier caso, sí ha quedado demostrada la necesidad de que las actuaciones se realicen de forma coordinada. No siempre es así, pero esta vez acertaron los líderes del Eurogrupo.