El pánico volvió a recorrer ayer las principales bolsas de todo el mundo provocando caídas superiores al 8 por ciento, un desplome ante el que ya no caben explicaciones técnicas tras los denodados esfuerzos de los bancos centrales y gobiernos por adoptar medidas que tranquilicen al sector financiero y los inversores. Todo apunta a que la desconfianza es la principal causante de esta psicosis que rebota de manera descontrolada de parqué en parqué, de continente en continente, puesto que nadie se aventura a vaticinar el fin de esta cascada de acontecimientos en los que cada día se dan a conocer nuevos datos sobre las dificultades de grandes instituciones financieras.

Como si de una inmensa bola de nieve se tratase, las bolsas se lanzan en picado ante la oferta masiva de ventas de las que no se salva ningún sector productivo a modo de refugio, la economía busca liquidez a cualquier precio y quedar a la espera antes de tomar nuevas decisiones. Ninguna autoridad, tanto monetaria como política, ha logrado romper este círculo de acción y reacción negativa que puede acabar poniendo contra las cuerdas todo el sistema económico que rige los países más desarrollados.

Dentro del inmenso caos, llama la atención que el súbito descenso -cuatro dólares en una sola jornada- en la cotización del petróleo o la tendencia a la baja de los tipos de interés que rige el euríbor sean factores que no se han tenido en cuenta para calmar los mercados, datos que confirman el irracional comportamiento que está viviendo la economía.

Con independencia del momento en que finalice esta tormenta financiera, es indiscutible que nada volverá a ser como antes, ya que nadie puede cuestionar la necesidad de poner mecanismos de control de ámbito mundial.