Esta temporada turística está rompiendo moldes, perspectivas y acentuando, aún más, que una economía de servicios, como la que sustenta el PIB balear, depende más de factores exógenos incontrolables que de políticas turísticas concretas, por muy buenas que sean. Se ha trabajado bien durante el invierno, se ha innovado en materia de promoción, se ha invertido más que nunca en nuevos productos y calmado, con ello, los ánimos empresariales en todos los ámbitos, pero el comienzo de la temporada, con una climatología adversa, con un barril de petróleo por las nubes y con una crisis económica galopante, hizo trizas los planes de negocio de todas las empresas. En estos momentos, las Islas viven una dinámica turística un tanto diversa, en la que la caída del turismo británico y español es generalizada. Gracias, una vez más, a que el mercado alemán responde, especialmente en Mallorca, la actividad económica se mantiene, pero los ratios de paro habidos han sido históricos e impensables a principios de año. Ante esta coyuntura, que es generalizada en todas las zonas turísticas españolas, hay, mejor dicho, existe el temor de que una vez más los empresarios turísticos, en este caso hoteleros, se pongan más nerviosos que nunca y echen por la ventana sus políticas de mantener precios, no malvender el producto y mantenerse firmes ante las presiones de los touroperadores. Los ciclos económicos son algo normal y los turísticos, también. Esta coyuntura adversa es temporal, pero tiene que ser aprovechada para ajustar costes, mejorar la gestión y optimizar recursos, al mismo tiempo que mantener las inversiones previstas para no perder competitividad. Balears, a diferencia de otros destinos vacacionales, lo tiene todo para seguir captando la demanda vacacional europea y española. Hay que tener paciencia y actuar con visión empresarial, no como simples negociantes.