El debate de investidura de José Luis Rodríguez Zapatero ha permitido escenificar el nuevo clima de las relaciones entre el Gobierno socialista y el principal grupo de la oposición, el Partido Popular, cuyo líder, Mariano Rajoy, que se ha mostrado dispuesto a pactar las grandes cuestiones de Estado; una actitud que contrasta con la mantenida durante toda la pasada legislatura en la que el enfrentamiento fue una constante.
Al margen de la distensión entre Zapatero y Rajoy, aunque se mantienen todavía las distancias y precauciones mutuas, el debate ha permitido poner sobre la mesa alguna de las cuestiones más importantes a las que se debe hacer frente desde el Gobierno. La primera de ellas es la situación económica, sobre la que ya se admite "una vez pasadas las elecciones" abordarla en términos más realistas y se habla sin tapujos de desaceleración. Es en este apartado en el que Zapatero se ha mostrado más conciso, con propuestas destinadas a aliviar los efectos de la crisis en las empresas sin renunciar a mantener los avances sociales. La voluntad del presidente sólo podrá mantenerse en el caso de que el frenazo de la economía española no se prolongue en el tiempo.
Por otra parte hay que celebrar que tras una legislatura de desavenencias la política antiterrorista sea capaz de aunar las voluntades del Gobierno y la oposición, un tema en el que se vislumbra con más claridad la nueva orientación de las relaciones entre las dos principales formaciones de ámbito estatal. La distancia que mantiene el PSOE respecto a sus socios en el pasado cuatrienio, los partidos nacionalistas, es un factor que ha sido determinante en la apertura de este nuevo escenario. Una de las conclusiones a las que han llegado ambos partidos tras el 9-M.
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