La visita de la responsable del Ministerio de Fomento, Magdalena Alvarez, a Barcelona ha provocado un auténtico aluvión de críticas por parte de todas las formaciones políticas, con excepción del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC); incluso de las que participan en el gobierno de la Generalitat -Esquerra e Iniciativa-.
Decepción podría ser la palabra que definiese la sensación que ha dejado al ministra Alvarez, la cual no ha sido capaz de aportar ninguna solución al caótico comportamiento de las principales infraestructuras y servicios públicos de Catalunya; las cuales todavía continúan con una titularidad y gestión estatal -carreteras, aeropuerto, Renfe y la red eléctrica-.
La máxima responsable de los servicios públicos estatales no puede limitarse a pedir «confianza y paciencia» a los miles de usuarios de los trenes de cercanías de Renfe que cada día padecen horas de retrasos en los andenes, como tampoco se puede minimizar los efectos del caótico servicio a los pasajeros que tiene el aeropuerto de El Prat o, en el mismo sentido, justificar las colas kilométricas del pasado fin de semana en las principales arterias de la red de carreteras. La ministra, lejos de apaciguar los ánimos, ha tensado el clima político de Catalunya; un error del que es fácil suponer que acabará acarreándole un coste político a su departamento y, por extensión, al Gobierno.
No cabe duda que la visita de Magdalena Alvarez era complicada, pero es en los instante más complejos cuando los políticos dan la verdadera dimensión de su valía como gobernantes. En Catalunya, la ministra de Fomento ha fracasado de un modo estrepitoso y urge que adopte medidas que palíen la situación.
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