Si de algo adolecen los destinos vacacionales es de que sus prestigios estén a merced tanto de los hechos en sí como de la fama que éstos van formando. La proliferación de pequeños hurtos en los puntos más turísticos de las Pitiüses está comenzando a generar una corriente de comentarios entre los visitantes que en nada favorecen la industria de la que se nutre la economía local. Malhechores que acarrean decenas de detenciones en sus espaldas, bandas organizadas que se instalan y rentabilizan al máximo sus golpeas, descuideros que hacen su agosto en la vorágine de gente que se acumula en estas fechas, saqueadores, asaltantes, camorristas, traficantes de drogas e intrusos profesionales que derivan en la comisión de delitos han poblado de manera constante los pasillos de los maltrechos juzgados de la isla en los meses de verano. No es extraño, pero sí preocupante hasta el punto de que los ayuntamientos se plantean muy seriamente la instalación de sistemas de videovigilancia que permitan maximizar sus escasos efectivos policiales (de momento, funciona en Sant Antoni y ahora se proyecta en Vila, concretamente en sa Peña y la Marina). Es una evolución lógica que aplicada con la mesura y la inteligencia que corresponde a asuntos delicados que afectan a la intimidad de las personas puede generar resultados importantes. A pesar de todo, es verdad que la disuasión es importante, pero la eficacia policial lo es aún más. Se trata, precisamente, de un ámbito que no hay que descuidar ni paralizar, sino potenciar y desarrollar. En este tipo de casos lo que sucede es que se produce un traslado del problema, no su resolución. Quien depende del delito menor para subsistir buscará el lugar en el que cometerlo con garantías de éxito, lo que significa que, de no ser un plan integral, extensivo y perfectamente coordinado tendrá tan sólo éxitos parciales.