Viernes 25 de mayo. Cierre de la campaña electoral. Mañana, 24 horas para la reflexión y el domingo, una cita con las urnas para ejercer nuestro derecho al voto y para influir, con nuestra voluntad, en la configuración de las instituciones que nos han de gobernar durante los próximos cuatro años. En la mente de los ciudadanos están los problemas cotidianos, lo que les afecta directamente, y las cuestiones más grandes, que nos sobrepasan, pero nos preocupan.
Detrás de estas inquietudes sinceras suele palpitar la sensación de que los políticos no caminan al mismo ritmo que nosotros, que a ellos no les preocupan ni esas grandes cuestiones ni las pequeñas, las cercanas. La intuición de que, en demasiados casos, lo que les mueve en el terreno político es la ambición propia y la causa partidista.
Nos lo demuestran a menudo, como en esta campaña que oficialmente se ha prolongado durante dos semanas pero que venía desarrollándose a bajo volumen desde hacía meses. Las acusaciones, las descalificaciones y el juego sucio son el pan de cada día entre la clase política que, según perciben mayoritariamente los ciudadanos, está nerviosa porque a la hora de las votaciones les tiembla el sillón.
Es sólo una sensación, desde luego, pero deberían ser ellos los primeros interesados en que desaparezca. Porque la sociedad actual está tan individualizada que la política interesa cada vez menos y los jóvenes se sienten muy poco motivados por los mensajes institucionales. Es necesario renovar y mejorar el planteamiento, acercar las instituciones a la población y no sólo en temporada electoral.
La tensión que hemos visto en esta campaña en Balears no se ha improvisado. Ha sido la consecuencia de lo que ha sucedido a lo largo de los últimos cuatro años. A apenas unas horas de la jornada de reflexión casi todo ya se ha dicho y las cartas están echadas. Llega el momento de los electores, que podrán premiar o castigar a quienes han propiciado tal crispación para conseguir sus objetivos.
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