Nicolas Sarkozy se convirtió ayer en presidente electo de los franceses, cargo al que accederá de forma oficial en unos días, cuando concluya el mandato del actual inquilino del palacio del Elíseo, Jacques Chirac, con quien ha mantenido una relación más bien distante, pese a su pertenencia a la misma formación política. En segunda vuelta el candidato conservador ha obtenido una cómoda ventaja sobre la candidata socialista, Ségolène Royal, que pretende continuar en la lucha política, aunque tendrá que hacer frente, probablemente, a las disensiones internas de un partido socialista en el que la derrota en las presidenciales amenaza con resucitar viejos fantasmas de crisis pasadas.

En cuanto a Sarkozy, ha sacado provecho de la experiencia política acumulada y de la promesa de recuperar para los franceses el orgullo de serlo, la restitución del valor del esfuerzo y la dureza con el crimen organizado. Tal vez el autoritarismo que se le ha atribuido durante la crisis de los 'banlieus' (las barriadas periféricas parisinas), durante la que ejercía como ministro del Interior, sea la peor cara de este político. Sin embargo, su probada eficacia como ministro de Finanzas y la eficiencia exhibida en otros aspectos de la seguridad ciudadana y la lucha contra el terrorismo pueden haber sido determinantes a la hora de inclinar la balanza en su favor.

Como es natural, el candidato de la UMP ha prometido que será el presidente de todos los franceses, como no podía ser de otro modo, y ha anunciado el regreso a Europa, al mismo tiempo que ha reafirmado sus relaciones de amistad con los Estados Unidos, aunque se ha apresurado a asegurar que pueden existir diferencias. Y es que, en lo que se refiere a política internacional, los cambios no parece que vayan a ser excesivamente sustanciales.

En cualquier caso, un dato muy positivo de estos comicios ha sido la extraordinaria participación, lo que pone de relieve el interés que ha suscitado esta democrática contienda entre los ciudadanos galos, lo que no puede por menos que originar una sana envidia del país vecino.