Dos recientes operaciones con varios miles de kilos de hachís con una conexión directa con las Pitiüses y dos más contra el tráfico de cocaína sitúan a las Islas en el centro de la atención policial en lo que se refiere a este mercado delictivo y supermillonario. No es, desgraciadamente, ninguna novedad, aunque sí llama la atención la proximidad temporal de todas ellas, que en un lapso de poco más de una semana se han resuelto. Se trata, no obstante, de importantes investigaciones que portaban, en algunos casos, hasta un año en marcha y en las que, como ya es preceptivo, ha sido necesario el concurso no sólo de policías de varios lugares geográficos diferentes sino de cuerpos distintos, que aunando esfuerzos comunes han supuesto un momentáneo varapalo a las redes internacionales que utilizan las Islas como puerto -transitorio o definitivo- para llevar a cabo su tráfico. Por su idiosincrasia, los lugares de veraneo suelen suponer un objetivo importante para estas organizaciones, tanto porque el consumo de sustancias prohibidas -vinculadas al esparcimiento- obtiene una enorme demanda en verano como porque la propia estructura policial, normalmente adaptada a la poca población de hecho suponen una menor capacidad de control en invierno. No es que los cuerpos policiales no hagan su trabajo, sino que la propia extensión y configuración geográfica (mucha costa, casi inexistentes efectivos marinos y limitados los terrestres) hacen que este control sea difícil, lo cual pone en evidencia la necesidad de que las investigaciones no se reduzcan a lo local y que cuantas más instancias policiales estén inmersas en su lucha más efectivos serán los resultados. Los números mandan, pero los ejemplos recientes también y de ellos se aprende mucho. Como se ha dicho hasta la saciedad, no es una guerra fácil de ganar, porque los alicientes para el delito son demasiado jugosos, pero el empeño es lo único que puede aliviar la situación.