Antiguamente se decía que «por la caridad viene la peste» y cuán a menudo se comprueba que la voz popular tiene, por desgracia, razón en demasiadas ocasiones. Desde luego hay que poner todas las comillas y todos los «presuntos» a la hora de analizar lo que está pasando con algunas Organizaciones No Gubernamentales de este país. Todavía no está claro, pero todo parece indicar que la ingente cantidad de dinero de que disponen algunas de estas organizaciones da pie a ciertas alegrías. Por supuesto que hay que evitar la generalización, pero sí se puede afirmar que esto de aprovechar la buena fe de los españoles para hacer negocio sin escrúpulos es un mal que «haberlo, haylo».
Hace unas semanas saltó a la palestra la detención del presidente de Anesvad, que se ocupaba -supuestamente- de luchar contra algo tan terrible como la lepra mientras se hacía rico. Ahora es Intervida, la más grande empresa de apadrinamientos, la que está en el ojo de la Fiscalía. Indicios hay para preocuparse.
Sin embargo y pese a todo, hay que resignarse a pensar que el ser humano es débil y cuando uno tiene a mano dinero incontrolado es fácil alargar los dedos. Lo que no es de recibo es que los Estados modernos abandonen la lucha contra la pobreza y contra la injusticia en manos de organizaciones privadas que manejan de esta forma cientos de millones de euros. Que el mundo es cada vez más desigual es algo que sabemos todos. Que cada día nacen millones de seres humanos condenados al hambre, la enfermedad y la guerra, también. ¿Culpables? Todos, pero especialmente los propios Estados y los organismos internacionales, que prefieren mirar para otro lado mientras surgen como setas miles de ONG animadas por el deseo de hacer el bien y, a veces, como simple y puro negocio.
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