La ex senadora, ex presidenta y todavía portavoz del Pacte Progressista, Pilar Costa, anunció ayer de manera solemne que no participará en las elecciones autonómicas de mayo del año que viene. Casi doce años habrá estado en primera línea abanderando un experimento político que, si bien pudo doblegar fugazmente la hegemonía del Partido Popular en las Pitiüses gracias a una entente de los partidos de izquierdas liderada por ella, vive con parsimonia una legislatura más brusca en lo social que en lo político. La frustración de los partidos progresistas tras más de una docena de derrotas electorales, entre generales y autonómicas y locales, favoreció en 1996 un primer pacto entre partidos de muy divergentes prioridades que con algún cambio se ha mantenido hasta hoy, pero la victoria del PSOE en las últimas generales, que situó a José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno del Estado, y la decisión de la Federación Socialista Pitiusa de concurrir en solitario a los próximos comicios supone un radical cambio de contexto en el que su figura no encajaba como a ella le gustaría. Hoy por hoy, y pese a las críticas y el escepticismo de sus próximos ex socios, los socialistas se ven con fuerzas para intentar desbancar al Partido Popular en las Pitiüses y querían contar con ella. No en vano es la primera figura política de izquierdas que consiguió derrotar en dos ocasiones al PP (primero consiguiendo un escaño en el Senado y luego liderando la coalición de izquierdas que la situó al frente del Consell). Sin embargo, para ella supone un alineamiento político que en el futuro podría dificultar su retorno al frente de una nueva opción unitaria. Ir en las listas del PSOE supone ir en contra del ya virtuaminipacto montado bajo el nombre de «Eivissa pel canvi», susceptible de acabar acogiendo a todas las opciones de izquierda que no son el PSOE, un panorama que no encaja con el ideal formado durante más de una década. Ahora, para ella, así, el futuro sigue quedando abierto. Por si acaso.