El 24 de marzo de 1976 un golpe de Estado terminó con el régimen democrático de un país enorme, Argentina, que a lo largo de su historia había acumulado un amplio bagaje golpista. Pese a ello, lo que los argentinos iban a vivir en los años siguientes seguramente no tenía referente posible, por la atrocidad de los hechos. De aquellos acontecimientos han pasado ya treinta años, el país ha salido adelante de una y de otra crisis y, en general, la normalidad política y social se ha instalado a lo ancho y a lo largo de la nación, aunque con algunos déficits notables. Pese a ello y al tiempo transcurrido, Argentina no ha podido todavía enterrar a sus muertos, no ha conseguido olvidar. En buena medida porque, una vez terminada la dictadura, las leyes propiciaron un silencio falso que, en el fondo, gritaba a los cuatro vientos todo el horror contenido. Y también porque el dolor, el sufrimiento infligido a una parte importante de la sociedad argentina, no ha podido sanar.

No olvidemos que detrás de las muertes, de la persecución, del asesinato y la tortura quedaron miles de desaparecidos, y recordemos también a los cientos de niños que nacieron mientras sus madres estaban prisioneras y fueron «regalados» a familiares de militares, iniciando una existencia tan complicada que resulta difícil de concebir. Son heridas demasiado profundas, de enormes implicaciones, con larguísimas ramificaciones. Todo ello supura aún y seguirá haciéndolo mientras el pueblo argentino y, sobre todo, sus dirigentes no decidan coger el toro por los cuernos y afrontar un pasado reciente tan terrible. Sólo de esta manera quedará conjurado el ayer, un recuerdo de pesadilla que costará digerir. Pero es necesario para empezar a caminar por el sendero del futuro, de la democracia plena, de la reconciliación. Que algunos miembros de la cúpula de las Fuerzas Armadas hayan hecho un ejercicio de autocrítica es ya una excelente señal, un primer paso. Si el país entero se reviste de valentía para mirar hacia atrás sin ira, pero con ansias de justicia y de paz, habrá materializado el gesto preciso para empezar a mirar hacia delante con generosidad.