El presidente del Govern, Jaume Matas, pronunció ayer en Madrid un discurso cargado de reproches hacia la actitud del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Matas aprovechó su intervención en el Senado para acusar a Zapatero de despreciar y ningunear a Balears, de falta de transparencia, de castigar a las Islas, la comunidad autónoma con menos inversión del Estado. No fue, desde luego, un discurso de trámite. Matas quiso aprovechar la tribuna del Senado para exponer, una a una, todas las quejas de su Govern hacia la actitud del Gobierno central y preguntó a Zapatero qué derecho histórico tiene Catalunya que no tengan las Islas. Y Zapatero se defendió de los ataques de Matas. El presidente del Gobierno prometió que se mejorará el transporte interinsular, y reconoció que el nuevo sistema de financiación autonómica debe beneficiar más a Balears. En cualquier caso, Zapatero se comprometió a reunirse con Matas a finales de este mes en Palma para desbloquear el convenio de carreteras y ofrecer más inversiones en materia ferroviaria. Al menos, Zapatero ha dado respuesta a algunas de las quejas del president, pero no es suficiente. Matas tiene razón cuando se queja del ninguneo del Gobierno central, reflejado sobre todo en la falta de negociaciones en materia de carreteras. Y también atina el president al reclamar más inversiones estatales en Balears, la autonomía más castigada en los Presupuestos.

Sin embargo, el discurso reivindicativo de Matas encierra algunas contradicciones. Si Matas cree realmente que existe un intento por consagrar la situación de un Estado menguante, tras ceder demasiado a los partidos nacionalistas, el president del Govern no puede hacer un discurso tan autonomista. Y es que Matas se dirigía a dos auditorios muy distintos, a los que tenía contentar a la vez. Por un lado, tenía que hacer un discurso exponiendo las aspiraciones de Balears, pero por el otro, tenía que plantear su intervención en clave «popular», pensando en lo que querían oír los dirigentes nacionales de su partido. En algunos aspectos era inevitable la contradicción.