Por primera vez se celebra el Día Mundial de Internet, otra
jornada conmemorativa más que tiene como objetivo reflexionar
acerca de los peligros y los beneficios de la red, además de
promocionar su uso y hacerlo más familiar para quienes hasta ahora
han escapado a sus encantos. Como iniciativa parece, a priori, algo
más folclórico que necesario, porque de hecho la medida más
efectiva y sencilla para acercar Internet a la mayoría de la
población es abaratar el coste de la conexión a la red, todavía en
nuestro país exageradamente caro. Lo demás, las fiestas, los
premios y las conferencias, pueden quedarse, simplemente, en
recordatorio de cuáles son las fronteras de este universo paralelo
e intangible que supone la red.
En España estamos a la cola europea en la utilización de
Internet (sólo lo hace una de cada tres personas), y si miramos más
de cerca los informes publicados al respecto nos daremos cuenta de
que las prioridades de nuestros conciudadanos, a la hora de hallar
tesoros ocultos en la red, están muy lejos de asuntos más o menos
serios, como pueden ser la obtención de información para el trabajo
o los estudios. Los españoles buscamos otras cosas en la red:
piratear música y películas, jugar a marcianitos, intercambiar
mensajes y chatear. Probablemente porque los internautas nacionales
son, básicamente, jóvenes. Y ahí es donde hay que poner también el
acento: en los riesgos. Porque Internet es inmensa, profunda, casi
inabarcable, y entre los millones de usos que puede dársele se
encuentran algunos indeseables: la transmisión de ideologías
fascistas, el contacto con grupos que incitan a la violencia o al
suicidio, el acceso a información poco adecuada para niños... En
fin, lo de siempre. Que no es el instrumento lo que preocupa, sino
el uso que se haga de él.
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