En un tiempo en el que se suceden los comentarios y rumores
sobre la posibilidad del inicio de un diálogo con la banda
terrorista ETA para comenzar a establecer los términos que
llevarían a un proceso de paz, vuelve a demostrarse que la acción
policial sigue siendo el arma más eficaz en la lucha contra el
crimen.
Las autoridades francesas han detenido a tres destacados
etarras, entre los que se encontraba el actual «número dos» de la
banda, Harriet Aguirre, un joven de 26 años que se formó en la
«kale borroka» antes de su bautizo de sangre, en 2001.
Una vez más, la colaboración entre las fuerzas del orden
españolas y galas ha dado un fruto esperado y bienvenido, porque la
documentación incautada en la operación llevará, sin duda, a nuevos
avances en la lucha contra el terrorismo. Pero eso no basta. Como
se ha demostrado una y otra vez, por desgracia, siempre sigue
habiendo jóvenes dispuestos a integrarse en una estructura que se
renueva continuamente.
Los ochenta etarras detenidos en lo que llevamos de año
representan la garantía de que nuestra policía -y la del país
vecino- persiste en su trabajo con un tesón y una profesionalidad
dignas de encomio. A pesar de ello, detrás debe haber un proceso
político que permita establecer las bases de la paz. Pacificar un
país o una región no es cosa de un día. Tres décadas después de que
comenzara el conflicto, es el momento de afrontarlo con valentía.
Quizá la debilitación de la banda que seguirá a las detenciones de
ayer permita que los asesinos empiecen a plantearse la posibilidad
de una tregua que permita el inicio de un diálogo que, a la postre,
conduzca a una negociación y, desde luego, al abandono definitivo
de las armas.
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