Millones de personas de todo el mundo contemplaron atónitas a finales de agosto el paisaje de desolación que había dejado tras de sí el huracán «Katrina» a su paso por Nueva Orleans, en una situación inédita en un país poderoso y rico como Estados Unidos. La desorganización, esálvese quien pueda y la falta de previsión tuvieron entonces consecuencias catastróficas que sólo creíamos posibles en naciones tercermundistas, dejando a su paso un millar de muertos y una ciudad destrozada.

Ahora ese mismo país se enfrenta a la llegada de otro ciclón arrollador y, esta vez sí, las autoridades, encabezadas por un Bush que perdió gran parte de su credibilidad a causa de su débil actuación ante el «Katrina», han tomado buena nota y se disponen a asumir sus responsabilidades ante el paso de «Rita» por Texas, movilizando al ejército y tomando decisiones que antes fueron desestimadas.

El desastre natural dejará, seguramente, tremendas secuelas a nivel humano, pues justamente la mayoría de los desplazados por el «Katrina» se refugiaron en Houston, que ahora espera con pavor la llegada de «Rita». Pero además acarreará consecuencias nefastas para la economía mundial. No en vano Texas es uno de los paraísos petrolíferos -la tercera parte de la producción norteamericana procede de allá- y muchos temen que el huracán arrase los campos de oro negro, que ya han paralizado su actividad como medida preventiva.

La consecuencia más inmediata es una nueva subida del crudo, lo que podría conducir a un incremento de la inflación, algo que, a su vez, suele provocar aumentos de los tipos de interés, pero a medio y largo plazo habrá que empezar a pensar en alternativas serias a la energía producida por el petróleo.