Alemania es el país más poderoso de Europa y, aunque atraviesa dificultades desde hace años, sigue siendo una referencia en materia social, económica y ecológica. Por ello muchos estaban pendientes de los resultados de estas elecciones, que se anunciaban como las que propiciarían un cambio hacia la derecha. Pues no ha sido así. En una lección que sus políticos no podrán olvidar, el pueblo alemán ha gritado a los cuatro vientos que desea un cambio, sí, pero sin que ello ponga en peligro esa política de servicios sociales que ha sido puntera durante décadas y que es motivo de orgullo para los germanos. Por eso las urnas han dictado una sentencia que el estamento político tendrá dificultades en cumplir: empate entre la apuesta social del actual canciller, Gerhard Schröder, y su rival liberal, Angela Merkel.

Así que ahora les toca a ellos, y a los muchos pequeños partidos satélites, sentarse frente a frente para dilucidar una salida que no se presenta fácil ni pronta.

Una lástima desde el punto de vista económico, porque tanto al desarrollo de la Europa comunitaria como a los intereses turísticos españoles y baleares les beneficia una Alemania firme, fuerte y económicamente boyante, capaz de aportar solidez a las arcas comunitarias y al negocio vacacional mediterráneo, que quiere que lleguen alemanes en gran número y con los bolsillos llenos. El giro político radical a la derecha no ha podido ser y habrá que esperar a la presumible formación de alguna coalición, a un poco probable gobierno en minoría de cualquiera de las opciones e, incluso, a la convocatoria de nuevas elecciones. Todas las piruetas resultan incómodas y lo único claro ahora mismo es que ha triunfado la incertidumbre, y ésta no es buena compañera cuando hablamos de economía y de confianza.