Los expertos creen que la economía balear crecerá este año en torno a un 2'2 por ciento, superando con creces aquel exiguo 1'5 por ciento del año pasado, y vuelven a ser el turismo y la construcción los paladines de esta mejoría. Esta situación no debe frenar el debate sobre el modelo turístico ni la necesidad de renovar una oferta que vaya más allá de la de sol y playa. Este 2005 las cosas parecen haber ido mejor, aunque aún es pronto para avanzar una valoración seria sobre los resultados de la campaña turística. De ahí es fácil deducir que el incremento del Producto Interior Bruto durante este ejercicio se deberá en gran parte a una actividad frenética en el sector de la construcción.

Basta dar un paseo por cualquier rincón de la Isla -veremos grúas aquí y allá- o repasar las ofertas de las agencias inmobiliarias para darse cuenta de la excelente salud del negocio urbanístico. Pero esta bonanza trae de la mano muchas consecuencias, que pueden configurar un paisaje físico, económico, humano y social muy distinto al de décadas atrás.

El incremento feroz de la construcción acarrea, en primer término, un cambio en la fisonomía de nuestras islas, cuya belleza natural es su principal fuente de recursos; en segundo lugar, provoca el incremento de la renta disponible, lo que repercute en una mayor demanda de viviendas y esto, a su vez, conlleva más construcción y, por ende, mayor empleo y más inmigración. A nadie se le escapa que todo ello acaba por generar un crecimiento de la población que, a la postre, trae dificultades en ámbitos básicos como la educación, la sanidad y los servicios sociales y, probablemente, una bajada de la competitividad por la masiva llegada de mano de obra poco especializada.