Andan revueltas las cosas en el entorno político a rebufo de la
decisión del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de dar luz
verde a la equiparación entre homosexuales y heterosexuales a la
hora de contraer matrimonio. Mientras la derecha, representada por
el Partido Popular y Convergència i Unió, logró arañar en el Senado
una enmienda que permitirá a los alcaldes y funcionarios alegar
objeción de conciencia para no celebrar bodas gays, el terreno se
va calentando de cara a la manifestación organizada en Madrid por
el Foro de la Familia para este sábado.
Existe realmente una muy amplia mayoría que estaría de acuerdo
en reconocer idénticos derechos a las parejas del mismo sexo que a
las heterosexuales, siempre que se emplee otro término diferenciado
del tradicional «matrimonio». Y es que, en este punto, la
concepción de lo que es y deja de ser matrimonio es capital en la
disputa. Además, con el tiempo se han ido generando en este país
muchos tipos de unidad familiar que difieren sustancialmente de la
tradicional.
De cualquier forma, con una nomenclatura o con otra, lo que se
está demostrando en este país es que los antagonismos regresan a la
actualidad y ya hay quien evoca la España del 36 para describir el
ambiente general. Sin ir tan lejos -las circunstancias de entonces
parecen ser, afortunadamente, irrepetibles-, sí que habría que
hacer un llamamiento a la calma, a evitar la crispación y el
enconamiento que se vivieron la semana pasada en Salamanca con
motivo de otra manifestación, la que defendía la integridad del
archivo de la Guerra Civil de Salamanca. En esto, como en todo, se
impone la sensatez y, sobre todo, el reconocimiento a los derechos
del otro, entre ellos, naturalmente, a opinar y manifestarse.
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