Los ciento quince cardenales con voto iniciaron ayer el cónclave
que debe conducir a la elección del sucesor de Juan Pablo II al
frente de la Cátedra de San Pedro después de que el maestro de
Ceremonias Litúrgicas Pontificias, Piero Marini, pronunciara la
fórmula «Extra omnes», para que todas las personas ajenas
abandonaran la Capilla Sixtina.
Nada es previsible y todas las opciones están abiertas, pese a
las especulaciones e incluso apuestas que se han producido y que se
siguen produciendo. Realmente, los 'papables' que más han salido en
estos días en los medios de comunicación son los que más se han
prodigado en público, pero no olvidemos que no son los únicos y
que, entre todos ellos, a estas horas, no se puede descartar a
ninguno.
En ocasiones, y desde una perspectiva poco adecuada, se intenta
dilucidar si el perfil del próximo Sumo Pontífice se aproxima más
al de un conservador o al de un progresista en términos de afinidad
política o ideológica. Y esto supone olvidar que existen unas
raíces morales y unos valores fundamentales que no van a variar
porque son la misma base de la Iglesia católica, en tanto que
existen otros ámbitos en los que sí pueden producirse matices
diferentes, pero que no afectan al fondo del mensaje que se quiere
transmitir.
Tampoco puede analizarse en función de condiciones concretas
regionales, puesto que esto supondría no tener en cuenta el
carácter universal de la institución y el papel global que debe
tener (en la actualidad hay más de mil millones de católicos
repartidos por todos los rincones de la Tierra).
En cualquier caso, y a pesar de que la primera votación fuera
negativa y la primera fumata fuera, por tanto, negra, cada vez nos
aproximamos más al momento del anuncio del nombre del nuevo Papa,
el que deberá hacer frente al inicio del milenio y a los retos que
esto supone. Sólo entonces sabremos si hay sorpresa o acertaron
algunos en sus predicciones.
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