La campaña electoral vasca ya ha traspasado el ecuador y será en
estos próximos días cuando los candidatos pongan toda la carne en
el asador para tratar de arañar el mayor número posible de votos.
La cita con las urnas del domingo 17 vendrá, según todos los
pronósticos, cargada de pocas sorpresas, aunque las encuestas sí
han detectado una tendencia al alza del voto socialista, previsible
siempre que el Gobierno central está en manos del PSOE.
Pese a ello, parece que el PNV volverá a aglutinar la mayor
parte de los votos de una sociedad que prácticamente está dividida
al cincuenta por ciento entre constitucionalistas y nacionalistas.
Sin embargo, en esta ocasión la normalidad está decidida a
instalarse en un País Vasco definitivamente cansado de pasar todos
los acontecimientos de la vida diaria por el filtro de la
política.
En una autonomía que registra un nivel de crecimiento económico
admirable, que avanza a pasos agigantados hacia el europeísmo más
moderno, que acoge un alto índice de inmigración, parecen
completamente fuera de lugar las opciones que defienden la
violencia y el crimen como instrumento político. Ése ha sido el
gran acierto de ilegalizar Batasuna y sus secuelas: dar la
oportunidad a Euskadi de vivir sin la opción de la violencia
insertada en todos los ámbitos de la sociedad.
Hoy los violentos y sus defensores siguen ahí, por desgracia no
han desaparecido, pero están cada día más debilitados y más
aislados del resto. Veremos el lunes 18, cuando se conozcan al
detalle los resultados de las votaciones, hasta dónde llega en este
2005 la influencia de los radicales. Seguramente comprobaremos que
los partidos pacifistas ganan terreno, a pesar de la secular
división entre españolistas y vasquistas.
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