Todos sabemos que Marruecos es probablemente nuestro vecino más
importante, por cuanto simboliza la histórica relación que nuestro
país ha mantenido con el mundo árabe y porque entre una orilla y la
otra se conjugan infinidad de problemas comunes: el tráfico de
drogas, la llegada de inmigrantes ilegales, el terrorismo islámico,
el asunto del Sáhara, la pesca, las relaciones comerciales... De
ahí que hubiera verdadera urgencia en recomponer la amistad que
siempre ha caracterizado a estos dos pueblos, enrarecida por las
complicadas relaciones entre el rey Mohamed VI y el ex presidente
Aznar, que culminaron con el incidente de Perejil.
Nuevamente ha sido el Rey nuestro mejor embajador, y en una
visita oficial al reino alauí ha conseguido despertar la sonrisa y
el afecto del monarca marroquí. No hay, pese a todo, que ignorar
que el vecino del sur continúa manteniendo déficits democráticos y
de derechos humanos que no podemos pasar por alto. Don Juan Carlos,
en su discurso ante el Parlamento marroquí, subrayó la necesidad de
guiarse por el Estado de Derecho y el derecho internacional a la
hora de combatir todos los problemas que acucian a Marruecos y que
nos salpican, desde la emigración al terrorismo, pasando por
asuntos tan delicados como el indisimulado anhelo marroquí respecto
a Ceuta y Melilla.
Ése es el camino, insistir en la idea de que los países
musulmanes moderados se reconduzcan hacia la democracia y la
modernización. Y si de lo que se trata es de recuperar lazos de
amistad, hay que dejar atrás los rencores. Por eso queda fuera de
lugar, por desmesurada, la exigencia de algunos dirigentes del
Partido Popular de que el rey Mohamed se disculpe por pronunciar en
voz alta la poca estima que siente por Aznar. Ciertamente no fueron
muy oportunas las palabras del rey marroquí, pero en pleno viaje de
los Reyes al país vecino debe hacerse un ejercicio de
responsabilidad y evitar más enfrentamientos.
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