Las circunstancias quisieron que los atentados del 11 de marzo quedaran para siempre ligados en la historia de nuestro país al vuelco electoral que se produjo tres días después. Esa coyuntura no ha hecho más que enterrar entre basura la dramática realidad de la muerte brutal e injusta de 192 personas, mujeres, hombres y niños. Porque, por desgracia, nuestros políticos han querido mezclar de manera capciosa y torticera ambas cosas, que, en esencia, nada tienen que ver.

Así lo dejó claro ayer la portavoz de la Asociación de Víctimas del 11-M, Pilar Manjón, una mujer trabajadora de 46 años, separada, que perdió al menor de sus dos hijos en la masacre. Y acudió a la comisión de investigación a decir en voz alta y clara lo que la mayoría de los españoles pensamos: que poco importa por qué unos ganaron las elecciones y los otros las perdieron, que nada nos interesan las luchas por el poder, que sólo queremos saber quién lo hizo, cómo, por qué, con qué ayudas. Cómo, en resumen, fue posible algo así y qué está haciendo hoy el nuevo Gobierno -elegido democráticamente en las urnas por el pueblo soberano, que dio una inmensa lección de madurez- para evitar que pueda repetirse.

Sus palabras fueron duras y dolidas, como no podía ser de otra manera, pero dieron en la diana de los sentimientos, que en demasiadas ocasiones dejamos de lado para centrarnos en asuntos partidistas y sectarios. Tan certeras fueron sus declaraciones que algunos aludidos no pudieron siquiera mirarla a la cara, lo que demuestra que, quizá, estaban de acuerdo con el sentido de sus palabras y se avergonzaban de su actitud. Ahora la comisión de investigación parece haber llegado a su fin. Veremos si con algún resultado tangible aparte del espectáculo político.