La Constitución Española de 1978 cumple hoy su vigesimosexto
aniversario, y debemos reconocer que el texto aún hoy vigente ha
permitido un notable desarrollo del Estado surgido de la etapa de
la Transición tras el final del oscuro régimen dictatorial del
general Franco. Es evidente que el marco legal de la Carta Magna ha
permitido un largo período de convivencia democrática que ha
albergado gobiernos de diferente signo sin que ello haya supuesto
ningún problema, debido, sin duda, a la enorme flexibilidad del
texto constitucional.
Sin embargo, eso no significa en absoluto que la norma
fundamental sea inamovible. El signo de los tiempos ha cambiado lo
suficiente como para que se aprecien claros indicios de que algunos
puntos pueden ser sometidos a revisión. Desde el asunto de la
sucesión en la Corona hasta los cambios dirigidos a otorgar mayores
cotas de autogobierno a las autonomías, pasando por los cambios
precisos para adecuar el texto nacional a la nueva Carta Magna
europea.
Ahora bien, se trata de la legislación fundamental del Estado y,
como tal, debe garantizar los derechos fundamentales de los
ciudadanos. Por tanto, no sería bueno que se establecieran extrañas
diferencias entre unas u otras autonomías, salvo las que sean
lógicas y precisas.
Y, tratándose de una norma fundamental, también es de pura
lógica pensar que debe hacerse con el mayor acuerdo posible entre
todas las fuerzas políticas. De esta forma se garantizaría que la
Constitución no se vea sometida a los embates de los cambios en el
Gobierno de la nación y, además, que no se den extrañas tensiones
que distorsionen y mucho todo el proceso de reforma. La tarea no es
fácil, pero tampoco imposible.
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