La desarticulación de la cúpula etarra en Francia, la carta de varios presos de la banda pidiendo el abandono de las armas y ahora el mitin de Batasuna lanzando mensajes ambivalentes sobre el camino hacia la paz. Son datos que, vistos en conjunto, dan cierta impresión de avance en el País Vasco. De que algo se mueve, de que, una vez más -y ojalá esta vez no sea una falsa alarma-, hay cierto resquicio para la esperanza.

Aunque los partidos mayoritarios han rechazado de forma contundente las palabras lanzadas a la aire por Arnaldo Otegi, hay que, por lo menos, escucharlas y valorarlas en su justa medida. Ya sabemos que el lenguaje que habitualmente utilizan los adictos al nacionalismo radical viene siempre plagado de expresiones contradictorias sobre la paz y la democracia, el conflicto y su resolución. Pero más allá de las palabras habría que saber ver un gesto, un intento de supervivencia. Porque Batasuna sabe que está ilegalizada desde hace dos años, que sus fuentes de financiación y de poder han quedado maltrechas y que sus posibilidades de crecer son nulas. Bien al contrario, la influencia que los radicales pueden tener hoy en día en la sociedad vasca se limitan a cuatro protestas y actos testimoniales.

De ahí que Batasuna necesite salir del zulo en que se encuentra, quizá reconduciendo su estrategia. Hablar de paz, de negociación, de diálogo siempre será más positivo que hacerlo de terror, crimen y pistolas.

Ahora falta saber hasta qué punto las instituciones democráticas están por la labor de tender una mano a una coalición que representa la voluntad política de miles de ciudadanos, a pesar de su historial. Tal vez deberían darles una oportunidad para subirse al carro de la democracia, aunque de momento no quieran condenar la violencia.