A estas alturas del siglo veintiuno creíamos que lo habíamos
visto todo: crímenes contra las mujeres que aspiran a vivir su
propia vida, violencia extendida por todo el mundo, guerras de
moros y cristianos, destrucción masiva de la naturaleza, aumento
constante de la desigualdad y de la pobreza... Pero no. Todavía nos
quedaba una buena sorpresa por descubrir. El aspirante a
convertirse en comisario europeo de las Libertades (nada menos) es
un italiano que cree que el único papel de la mujer en el mundo es
procrear bajo la protección de un hombre y que está convencido de
que ser homosexual es pecado.
Incluso los partidos conservadores de toda la vida han puesto el
grito en el cielo. Y con razón. Porque resulta inimaginable que
declaraciones de este tipo puedan tener lugar a estas alturas y de
boca de un político que lleva años mandando y que opta a un puesto
en el que tendrá que decidir sobre asuntos tan cruciales como la
lucha contra la violencia de género en el ámbito europeo.
Porque todos estamos de acuerdo en que uno puede pensar y creer
lo que quiera, siempre que quede en el terreno de lo privado cuando
se ocupa un puesto público.
Sin embargo, esta situación se produce en un momento en el que
se dan algunas coincidencias en el mismo sentido. Cuando en varios
países europeos se están legislando temas tan polémicos como la
eutanasia o el matrimonio y la adopción homosexuales, se está
registrando una silenciosa corriente que avanza en sentido
contrario.
Se dan casos de antisemitismo, de racismo y de machismo. Y desde
algunos sectores se reclaman exigencias tan peregrinas como que la
futura Constitución europea recoja el fundamento cristiano del
Viejo Continente.
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