Las palabras del director general del Libro, Archivos y
Bibliotecas, Rogelio Blanco, anunciando el fin de los descuentos en
los libros de texto han provocado un huracán en la comunidad
educativa, especialmente entre los padres de alumnos de enseñanza
obligatoria. Tanto que el propio Gobierno se ha apresurado a
rectificar para garantizar que los descuentos se mantendrán.
Quizá habría que recordarle al señor Blanco el programa
electoral con el que su partido ha ganado las elecciones, porque en
sus páginas se especificaba que se promovería la gratuidad total de
los libros de texto. Y así debe ser, especialmente si lo que el
Gobierno pretende es garantizar que se elimina cualquier
discriminación entre las familias con hijos en edad escolar.
Ciertamente, si la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años, pues
por lógica el material necesario habrá de ser gratuito.
Otra cuestión es la idea de sostener económicamente a las
librerías. Para ello será necesario adoptar un modelo de sociedad
que apueste con firmeza por la cultura, por el arte, la creatividad
y el pensamiento, lejísimos de ese consumismo feroz que nos venden
a diario desde la infancia.
Eso sí sería definitivo para apoyar al gremio de los libreros y
mucho más lógico que imponer un precio único -elevado, por
supuesto- para los libros de texto de obligada adquisición. El
Gobierno tiene en sus manos la radiotelevisión pública, la mejor de
las herramientas para lanzar a la ciudadanía -especialmente a los
niños y jóvenes- mensajes que les hagan valorar y amar la cultura.
Que lo aproveche para demostrarnos su interés por salvar un mundo
-el de los libros- que si nadie lo remedia acabará por desaparecer
víctima de la apisonadora de las nuevas tecnologías y del concepto
cultural de usar y tirar tan en boga entre jóvenes y
adolescentes.
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