Desde estas páginas se ha advertido reiteradamente de que la cultura política forjada a lo largo de los últimos años impide cualquier consenso, y mucho más en aquellos asuntos de hondo calado, bien sea en el tema de las carreteras o, como sucedió el pasado viernes, en el del futuro Plan Territorial Insular (PTI), que se ha aprobado esta semana con los únicos pero suficientes votos del Partido Popular. Precisamente, el PP expuso un argumento preocupante y que tiene mucho de cierto: la izquierda en general (incluidos los socialistas) cede con demasiada facilidad al injustificado y exagerado pánico que se ha montado en torno al futuro territorial y en ese ambiente las posibilidades de un acuerdo son casi imposibles. Si al menos hubiera algún antecedente, un ejemplo que sirviera de base a una relación civilizada entre los dos grupos políticos con representación en la cámara insular, quizás se podría albergar alguna esperanza de que haya un acuerdo general, aunque hoy por hoy tan sólo es una utopía cuya existencia mancha tanto a los progresistas como a los conservadores. De hecho, el conseller del Pacte Joan Boned advertía ayer de que este desencuentro puede provocar que la norma más importante y trascendente que va a dictar el Consell en su historia tenga que cambiarse cada vez que cambie la orientación política de la institución tras unas elecciones porque ellos asumen como propia la nueva disposición territorial. El PTI, pese a todo, ya está en marcha, lo cual es un avance significativo que dará pie cuando pase todo el proceso de aprobación a un periodo de estabilidad legislativa, tan añorada en los últimos seis o siete años. Puede que tenga errores, que haya desacuerdos, pero la aprobación inicial supone un primer e importantísimo paso que debe beneficiar a todos, objetivo último del llamado privilegio de gobernar, por más que se mantengan tesis contrarias.