Durante unas cuantas semanas, cuando se debatía la oportunidad o no de conformar una comisión de investigación parlamentaria sobre los sucesos del 11-M, la mayoría de los ciudadanos creímos conveniente que así era, que sería un ejercicio de madurez democrática y de seriedad la idea de contemplar aquellos hechos con distancia para averiguar qué había fallado capaz de provocar un desastre de tal magnitud.

Hoy, cuando la comisión se ha convertido en poco menos que una pelea de gallos, ya no está nada claro que exista la madurez democrática suficiente y mucho menos que los ciudadanos que sustentamos a sus señorías con nuestros votos y nuestro dinero lleguemos a saber nada de lo que realmente sucedió en los días previos a los atentados y en los posteriores.

Porque el Parlamento está dejando ver lo peor de sí mismo, el ánimo de revancha, las malas artes políticas y un absoluto desprecio al pueblo. De momento poco sabemos de lo que realmente queremos saber: por qué fallaron todos los sistemas de alerta, desde los confidentes policiales hasta los servicios secretos y, más aún, qué se ha hecho para solventar esos tremendos déficits.

Lo que sí nos está quedando meridianamente claro es que en nuestro país la política se vive con fiereza y que esos loables pactos contra el terrorismo, esa necesarísima unidad frente al terror que los ciudadanos exigimos, sólo se proclama para hacerse la foto y que pronto se olvida si lo que está en juego es el poder. A los españoles nos interesan poco las maniobras políticas que unos y otros pudieran realizar a raíz de los atentados y si el resultado de las elecciones tuvo mucho o poco que ver con ellos. Lo que queremos es que algo así no vuelva a repetirse jamás y para eso exigimos responsabilidad a todos, PP y PSOE, y una firmeza implacable para evitarlo.