Desde la llegada al poder del Partido Socialista han cambiado
muchas cosas y el Gobierno de Zapatero puede estar aprovechando el
caso del Yak-42 para poner contra las cuerdas al anterior
Ejecutivo. Ciertamente, la tragedia del Yakolev en Turquía sucedió
cuando estaba en la Moncloa el PP, pero los acontecimientos se han
precipitado ahora. Descubrir que aquellos 64 militares españoles
destacados como misión de paz en Afganistán viajaban en condiciones
precarias fue un golpe muy duro para toda la ciudadanía, que
considera, en términos generales, que si nuestros soldados deben
estar presentes en misiones internacionales ha de ser con garantías
y presupuesto (los ciudadanos ya dejaron clara su oposición a que
nuestras tropas participen en otro tipo de operaciones que no sean
de paz, como en el caso de Irak).
A ello se ha sumado el descubrimiento de graves errores al
saberse que los cadáveres ni siquiera fueron debidamente
identificados. Es lógico pensar que hay malestar por estos hechos
entre los familiares de las víctimas y en las filas militares, pero
no solamente debido a ello. La salida precipitada de Irak
-ampliamente secundada por la ciudadanía- y que el Ejército cumplió
con profesionalidad y de forma más que eficaz ha sido cuestionada a
nivel privado en algunos círculos militares que no vieron con
buenos ojos dejar a compañeros de armas de otros países en aquel
lugar sin haber concluido la complicada misión que se les encomendó
por el anterior Ejecutivo de Aznar.
Ahora, además, todo se complica con el relevo -natural cuando
hay un cambio de Gobierno-, también precipitado en opinión de
muchos, de la cúpula castrense. Las críticas del menorquín Luis
Alejandre, relevado de su cargo como jefe del Estado Mayor del
Ejército de Tierra (los familiares de las víctimas de Yakolev
pedían su destitución) dejan entrever un descontento interno, pues
ha hablado de deslealtad, venganza, celos y hasta manipulaciones.
No es una buena situación para una institución secular que ha
sabido adaptarse modélicamente a los nuevos tiempos. En la mano del
ministro Bono está ahora evitar que la tensión se eleve más allá de
lo razonable. Como hasta ahora, cada uno debe estar en el lugar que
le corresponde, pero el poder debe ejercerse siempre con la
suficiente amplitud de miras.
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