L a compleja situación en Oriente Próximo no hace m que complicarse debido a la actitud que muestran las dos partes en litigio. Sin embargo, ha sido el Ejército israelí el que en los últimos días ha hecho acopio de mayores méritos para sepultar definitivamente un proceso de paz estancado desde que Ariel Sharón ascendiera al poder. Con los asesinatos del jeque Yasin y del que fuera su sucesor al frente de Hamás, Abdelasis Rantisi, la tensión se ha elevado al máximo. Pero es aún peor la amenaza que supone el hecho de que Israel estudie atacar a Jamás en Siria y a Hizbulah en Líbano, lo que de hecho supondría extender el conflicto a otros países, con toda la gravedad que ello comporta.

Es cierto que no podemos dejar de señalar que las dos organizaciones palestinas, Hamás y Hizbulah, tienen en su haber multitud de asesinatos y atentados suicidas a los que hay que poner fin si se quiere alcanzar el deseable objetivo de la convivencia pacífica del Estado judía con un nuevo Estado palestino. Y, al parecer, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yaser Arafat, no tiene capacidad ni poder suficientes para conseguir el fin de los ataques contra objetivos israelíes.

Lo peor es que la comunidad internacional, más pendiente de la inestable situación de Irak en los últimos meses, parece tener arrinconado el asunto. Y la Administración Bush, firme aliada de Sharón y, además, preocupada con razón por la postguerra iraquí, mira hacia otro lado sin condenar de forma explícita los asesinatos de los dirigentes de Hamás.

En este escenario concreto parece más perentorio que nunca que la comunicad internacional comience a tomarse en serio de nuevo el conflicto judeo-palestino antes de que sea demasiado tarde.