Aunque se dice que un día como hoy es una fiesta para la democracia, lo cierto es que los últimos acontecimientos nos han puesto el alma de luto. Pese a ello, o precisamente por ello, no podemos sentirnos abatidos hasta el punto de hacer dejación de nuestros derechos y deberes democráticos, quedándonos en casa, apáticos y descorazonados. Las urnas nos esperan. Y esperan que acudamos hoy en masa a expresar nuestra opción política, con la certeza de que, elijamos a quien elijamos como próximo presidente del Gobierno, llevará en sus alforjas un encargo colectivo: acabar con el terrorismo.

No son horas fáciles. A la primera reacción lógica de dolor y tristeza ha seguido en algunos casos una crispación peligrosa que, como se ha visto en Pamplona, puede degenerar en enfrentamientos salvajes de los que ya ha conocido este país en el pasado.

Quizá el goteo de datos que está ofreciendo el Gobierno acerca de la investigación contribuya a mantener en vilo la ansiedad de la ciudadanía por conocer quién está detrás de la masacre. Pero tampoco es razonable pensar que una indagación de esa envergadura pueda dar a luz conclusiones firmes en tan poco tiempo, a pesar del avance de ayer, con la detención de varios individuos que apuntalan la hipótesis de la «vía islamista». Es necesario adoptar una actitud de calma, a pesar de las dificultades. Especialmente a la hora de votar, pues flaco favor le haríamos a la democracia contra la que luchan los terroristas -vengan de donde vengan- si nos dejamos llevar por el fanatismo y la ofuscación.

Cada voto es determinante y ya no importa tanto quién se alce con la mayoría, sino que lo haga con la convicción de que sólo la unidad de los demócratas y la lucha policial sin respiro podrán poner freno a los criminales que han pretendido dinamitar la esencia de nuestra convivencia.