Las cosas empiezan a ponerse realmente feas en Irak, como
vaticinaron los más pesimistas tras el fin de la guerra. Desde
Washington se mantiene la promesa de convocar unas elecciones
libres y democráticas en el caótico país para el próximo mes de
junio, una fecha precipitada a todas luces que será más que difícil
cumplir. En parte, porque el gran error -como ahora se está
demostrando a diario- del Ejército americano en su diseño de la
guerra fue aniquilar las Fuerzas Armadas y la policía de Sadam
Husein.
El resultado es hoy un país desarmado y sin Estado, en el que el
Ejército de ocupación se muestra incapaz de mantener un orden
mínimo. Como consecuencia de ello, las mafias y los grupos
terroristas de cualquier tendencia acuden al lugar como el mejor
sitio del mundo para organizar un mercado negro de armas de primer
orden. Así las cosas, no es de extrañar que eso que llaman
«resistencia», detrás de la cual podría esconderse cualquiera, haya
hecho del atentado brutal un asunto de agenda diaria.
El máximo exponente han sido esos dos atentados salvajes en los
que han perdido la vida más de cien aspirantes a engrosar las filas
de la policía y el Ejército de un Irak libre y democrático. No ha
sido, sin duda, un objetivo elegido al azar, sino una durísima
advertencia. Los terroristas, la resistencia, las mafias o quienes
estén detrás de esas acciones, no quieren que se instaure un
sistema «normalizado» en el que policías y soldados patrullen las
calles dando seguridad a una ciudadanía que debe estar
temblando.
De ahí que el análisis de la situación que acaba de hacer el
secretario general de la ONU, Koffi Anan, no haya podido ser más
pesimista.
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