El año que está a punto de concluir ha estado marcado a nivel
internacional por la guerra de Irak y por unas ingentes
movilizaciones populares en contra de la intervención bélica
llevada a cabo, básicamente, por Estados Unidos y Gran Bretaña y
que tuvo su pistoletazo de salida en la Cumbre de las Azores, en la
que participó también el presidente del Gobierno español, José
María Aznar.
La decisión de intervenir no contó con el apoyo de las Naciones
Unidas y, además, provocó la reacción contraria de los Gobiernos de
Francia, Alemania y Rusia, lo que suponía, por primera vez en
muchos años, una fractura transatlántica entre la vieja Europa y
Norteamérica. La Administración Bush no tuvo eso en cuenta y sólo
ahora parece que existen indicios de cierta recuperación de
relaciones entre ellos. Aunque, todo sea dicho, el pastel de la
reconstrucción iraquí puede convertirse en una nueva piedra de
toque y en un nuevo obstáculo. La larga posguerra se ha convertido
para Estados Unidos en un constante goteo de víctimas entre sus
tropas y las de sus aliados, lo que a George Bush le estaba limando
las cotas de popularidad. Y eso tiene su importancia si tenemos en
cuenta que las elecciones presidenciales se celebrarán en noviembre
próximo. Cuando se daban estas oscuras perspectivas para Bush se
produjo la captura de Sadam Husein, algo providencial para el
presidente norteamericano.
Al concluir 2003 se aproxima el momento del traspaso de poderes
a las nuevas autoridades iraquíes, pero quedan aún muchas
incógnitas. Aún no sabemos el papel que jugará la ONU (todo parece
indicar que será más activo, pero bajo control de EEUU) o quién
juzgará a Sadam y cómo se le juzgará. Todo esto formará parte de
una nueva historia.
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