La decisión del líder libio Muamar al Gadafi de facilitar las inspecciones y la destrucción de sus armas de destrucción masiva supone un cambio radical en la postura mantenida por Libia desde el acceso al poder de este curioso personaje, capaz de las más crueles acciones y, durante muchos años, de acoger en su país campos de entrenamiento de terroristas e, incluso, dispuesto a prestar su apoyo a los mismos. Sin duda, en la sustancial variación de la posición libia ha influido de forma evidente el aislamiento al que fue sometido el país por parte de los Estados Unidos tras el salvaje atentado de Lockerbie, cuando un avión de pasajeros fue derribado por un misil. El primer paso hacia una normalización fue el reconocimiento por parte de Gadafi de la responsabilidad de Libia en aquel acto macabro.

Pero no nos engañemos. Detrás de este giro de 180 grados se encuentra toda la ofensiva militar de la coalición encabezada por los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre y que ya ha alcanzado a Afganistán e Irak. Los analistas internacionales apuntan además que la Administración Bush tiene en estos momentos en el punto de mira a Corea del Norte e Irán. Frente a esto y a las escasas posibilidades de hacer frente a un Ejército que ya le puso en aprietos, Muamar al Gadafi ha optado por ceder a las presiones y conservar el poder. Aunque en Libia tampoco exista respeto a los derechos humanos y sea un país sometido al mayor de los despotismos, difícilmente va a verse intervención alguna mientras se ceda a las presiones del «gendarme» del planeta.

En cualquier caso, muchas son las cosas que deben cambiar a nivel internacional para que existan unas reglas aceptadas por todos que favorezcan el respeto a los derechos humanos en todos los rincones del globo.