La detención de Sadam Husein en la tarde del sábado en Tikrit
por parte de tropas de élite estadounidenses, confirmada ayer por
la mañana por el administrador civil de EEUU en Irak, Paul Bremer,
abre nuevas perspectivas en la posguerra iraquí. Aunque, como
reconocía el propio George Bush, esto no significa que se produzca
un cese inmediato de la violencia, bien es verdad que puede
contribuir, sin lugar a dudas, a que ésta se reduzca
sensiblemente.
La normalidad podrá restablecerse en Irak con mayor facilidad
que antes, debido al enorme temor que padecía gran parte de la
población a que se reinstaurase el régimen de Sadam y, por tanto,
reapareciera un régimen de terror. Pero eso va a requerir un
forzoso replanteamiento de la postura de los gobiernos que apoyaron
la intervención armada.
Además, no podemos olvidar que existen aún importantes
cuestiones pendientes de resolución. Una de ellas, y no
precisamente la menos importante, es quién va a juzgar al ex
presidente. Lo razonable sería que fueran los mismos iraquíes los
que procesasen a Sadam, aunque para garantizar las condiciones de
seguridad van a requerir de la colaboración internacional.
A nadie escapa ya que la deteriorada imagen de George Bush a
causa de una larga y costosa posguerra se ha visto impulsada
favorablemente con la detención del líder iraquí. Y eso, para él,
es sumamente importante, toda vez que las elecciones presidenciales
se celebran en noviembre de este próximo año.
El nuevo escenario puede contribuir a acelerar el proceso de
traspaso del poder a los iraquíes, en esto coinciden casi todos los
líderes occidentales, aunque quedan notables lagunas, como el
espinoso tema de la participación en la reconstrucción del país.
Con ser una buena noticia, la detención de Sadam es sólo un paso,
importante, pero no definitivo, en el camino hacia la pacificación
y democratización de Irak.
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