El día de la reflexión contra el sida reveló ayer que todavía son muchas cosas a superar, fundamentalmente la seguridad que da la falsa normalidad de que el sida no sea ya una enfermedad nueva ni necesariamente mortal. Sin embargo, por ejemplo, todavía resulta desesperante pensar que por cada enfermo diagnosticado existe otro que no lo está. Este último dato es uno de los más reveladores de que nuestra convivencia con el mal del siglo XX (y, a este paso, del XXI) no es ni mucho menos la óptima, como ayer pusieron de relevancia las autoridades sanitarias y las asociaciones de lucha contra la enfermedad en Eivissa y Formentera. En las Pitiüses, con unos 260 casos conocidos, este problema tiene una mayor incidencia comparativa que en otros puntos de España. Las Islas, por su especial configuración socioeconómica, sufren con mayor severidad esta dolencia, lo que revela la especial trascendencia de la marcha de la lucha contra la pandemia para nosotros; de ahí la importancia de llevar a cabo, de momento, lo único que se puede hacer, prevenir y controlar, a la espera de que llegue la tan deseada vacuna que erradique para siempre uno de los problemas sanitarios más dramáticos que existen. Por lo oído ayer, no es tarea sencilla evitar que el problema crezca, por más que la constante presencia en el ámbito social normalice su existencia, aunque ni mucho menos para mejorarlo. Hoy por hoy, la situación de los enfermos sigue siendo dramática: al margen de la mejora de los resultados de la medicación, el afectado tiene unas necesidades que son difíciles de afrontar, y no sólo en Eivissa y Formentera, donde son más que evidentes y reconocibles y contra esta situación hay mucho que decir. Un día como el de ayer nos sirvió para recuperar un poco la noción de la memoria; ahora, que nada de lo visto ayer caiga en el olvido.