En los foros internacionales se aprecia en los últimos tiempos una falta de concordia que impide establecer acuerdos importantes en materias que afectan a todos. Se diría que los delegados de los distintos países que acuden a ellos, lo hacen movidos casi exclusivamente por la intención de hacer valer sus intereses, primando los egoísmos nacionales sobre cualquier otro aspecto.

Lo hemos podido comprobar en los avatares por los que ha pasado esa Constitución europea de futura aprobación. Lo vemos aun con mayor frecuencia al analizar la política desplegada por los poderosos del planeta que se empeñan en ignorar los problemas de los más necesitados, cuando no recurren a la violencia para preservar sus privilegios. Y tal vez el caso más reciente resulte de los más significativos.

Esa decisión del dirigente ruso, Vladimir Putin, de aplazar su decisión final sobre el Protocolo de Kioto a fin de estudiar a fondo todos sus puntos para comprobar que concuerdan con los intereses de su país, resulta a estas alturas francamente desconcertante. Cuatro años atrás, Rusia firmó el protocolo y se manifestó dispuesta a ratificarlo, sin que desde entonces se haya producido acontecimiento alguno lo suficientemente consistente como para desaconsejar ahora su apoyo al mismo.

El proceder irónico de un Putin que ante la eventualidad de un calentamiento de la Tierra en caso de no reducirse las emisiones de gases contaminantes, respondió que ello convenía a los rusos ya que así ahorrarían en calefacción, no trasciende la mera anécdota, pero da qué pensar. Cuando el planeta de todos se halla amenazado, las frivolidades están de más. Lo cierto es que falta concordia entre las naciones y que sin ella no puede haber buena administración.