El estreno de Berlusconi como presidente semestral de la Unión Europea (UE) ante el Parlamento de Estrasburgo se convirtió en un espectáculo de mal gusto, muy diferente de lo que habitualmente suele ser un debate en esa Cámara, donde, salvo en muy contadas ocasiones, las propuestas son presentadas y debatidas con un talante crítico y político, alejado de descalificaciones personales. Berlusconi no supo aguantar el tipo frente a las críticas del eurodiputado socialdemócrata alemán Martin Schulz a raíz de unas conflictivas declaraciones del ministro italiano Umberto Bossi sobre la inmigración. La reacción del primer ministro italiano fue proponerlo como actor para un papel de capo nazi en una película que se está rodando en Italia. La respuesta de «Il Cavaliere» fue muy desafortunada y estuvo fuera de lugar, tal y como se lo hicieron saber los eurodiputados, muchos de los cuales -los más críticos- también fueron insultados por Berlusconi. El espectáculo continuó durante gran parte de la sesión. Berlusconi cometió un segundo error: se negó a retirar sus palabras y acusaciones, que calificó de «broma irónica». «Il Cavaliere» debería asumir su papel político, con todo lo que ello conlleva: respeto, capacidad de respuesta, aguante y educación. La presidencia de turno de la Unión Europea es algo muy serio como para que se adopten talantes como el exhibido por Berlusconi, que debería aprender a reprimir esos arrebatos acalorados con los que hace un flaco favor al maltrecho prestigio del mundo de la política. Sus descalificaciones evidenciaron el carácter poco dialogante de un líder político al que todavía le quedan cinco meses y 28 días de presidencia de la UE. Sería bueno que el debate político durante la presidencia italiana se mantuviera dentro de los cauces más habituales, sin caer en un espectáculo casi esperpéntico como el vivido en ese estreno parlamentario.