Aunque no constituye ninguna sorpresa, la noticia de que Balears vuelve a encabezar la tasa de fracaso escolar en todo el Estado -sólo nos superan las ciudades de Ceuta y Melilla- no hace más que reiterar que algo importante falla en nuestra sociedad. Estamos de acuerdo en que la boyante economía que permite un rápido acceso de los jóvenes al mercado laboral puede ser una de las causas de este fracaso. Pero sin duda no será la única. Porque cualquiera puede darse cuenta de que los adolescentes que todavía cursan la educación obligatoria -menores de 16 años- deben tener alguna ambición más en la vida que convertirse en camareros o en chicas de la limpieza de un hotel, abandonando los estudios a edades tempranas para ejercer una profesión que les permite muy escasas expectativas de mejora.

Tal vez equid de esta cuestión esté en los padres y educadores, que ante las dificultades que todo estudiante encuentra en su camino se dan por vencidos y optan por «colocar» al chico en la ruta laboral demasiado pronto. Lo terrible de esta situación es que en nuestra comunidad afecta a más del 38 por ciento de los jóvenes, lo que representa un auténtico escándalo porque la sociedad balear del futuro estará integrada por adultos poco y mal formados que, a la larga, ofrecerán una calidad laboral muy pobre.

Hay que hacer hincapié aquí en que el mismo informe sobre el fracaso escolar revela que el nivel sociocultural y educativo de los padres es fundamental a la hora de dar ejemplo y continuidad en la familia. De ahí que el problema se convierta en la clásica pescadilla que se muerde la cola, al perpetuarse los modelos de padres a hijos en un sistema más propio de décadas pasadas que de hoy en día, cuando la formación es la clave para el futuro.