De sorprendente, insospechada, peligrosa y patética puede tildarse la actitud de dos diputados por el PSOE electos en la Asamblea de Madrid -Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, miembros de la corriente «renovadores por la base»- que, al ausentarse en la sesión de constitución de la institución, han determinado que el Parlamento autonómico quede presidido por la candidata del PP. El hecho, sin precedentes, ha dejado noqueados a los socialistas, que se las prometían muy felices tras lograr finalmente un difícil acuerdo de gobierno con Izquierda Unida en la Comunidad madrileña, una de las manzanas de la discordia de las últimas elecciones. Y es precisamente ése equid de la cuestión, pues los dos diputados rebeldes han cometido semejante fechoría como protesta por ese acuerdo.

Bonita manera de protestar y de ejercer la «renovación por la base», poniendo al propio partido en la cuerda floja, pues nadie sabe qué podrá ocurrir en el momento de la constitución del Gobierno autonómico, que podría incluso pasar a manos de Esperanza Aguirre en el caso de que persistan las desavenencias entre los socialistas. Y no se descarta incluso que se deban convocar nuevas elecciones.

Se sabía que la Federación Socialista Madrileña era un nido de cuervos en el que las distintas familias luchan con uñas y dientes para imponer sus tesis. Pero esto ha traspasado el límite de lo tolerable. Las graves acusaciones de soborno y sospechas de intereses urbanísticos y económicos detrás de la desleal actuación de los dos diputados expulsados del PSOE han causado un escándalo político de consecuencias imprevisibles. Rodríguez Zapatero, con firmeza y sin ambigüedades, deberá poner orden en su casa, aunque el trago le sepa a demonios, pues de seguir así las cosas el electorado tomará buena nota del caos interno en el que se mueve su partido en Madrid y eso no le conviene a un político que aspira a conquistar la Presidencia del Gobierno.