Ayer fue un día especialmente triste para la Diócesis de
Mallorca a causa del fallecimiento del obispo Teodor Úbeda Gramage,
a los 71 años de edad. Úbeda, que fue nombrado administrador
apostólico de Mallorca en 1972 y obispo en 1973, desarrolló una
intensísima labor pastoral a lo largo de los 31 años en los que
ejerció su pontificado, el más largo en la historia de
Mallorca.
Fue él, precisamente, el que se ocupó de llevar a cabo la
aplicación del Concilio Vaticano II en la Iglesia mallorquina, lo
que ha supuesto una importante renovación y una mayor implicación
de la Iglesia a todos los niveles. A monseñor Úbeda le correspondió
la gran responsabilidad de dirigir la Diócesis en los últimos años
del franquismo y en los no menos difíciles años de la transición.
Su línea aperturista, en sintonía con el cardenal Tarancón, marcó
su pontificado. En cierto modo, cuando aires más conservadores
llegaron a la Iglesia española, su progresismo le cerró las
expectativas de acceder a una diócesis de más importancia. Así ha
sido como la Iglesia de Mallorca se ha visto beneficiada con un
largo y fecundo mandato, en el que don Teodor ha sabido guiar a la
Iglesia al compás de los tiempos.
Desde todos los sectores se ha destacado su talante abierto y
dialogante y la defensa activa que mantuvo siempre de nuestra
identidad lingüística y cultural, lo que ha favorecido la
interrelación notable que mantiene la Iglesia con la sociedad.
Firme defensor de los principios democráticos, también jugó un
papel relevante en lo que se refiere a las actuaciones de carácter
social.
El Govern quiso reconocer el papel de Teodor Úbeda y le concedió
la Medalla d'Or, un reconocimiento que merecía y al que se sumó
toda la sociedad mallorquina, ya que ebisbe se ganó con su
afabilidad el cariño de todos. Se nos ha ido un hombre de Iglesia,
pero ante todo, se nos ha ido un hombre bueno.
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