La suerte está definitivamente echada. La cumbre de las Azores se saldó con la certeza de que hoy concluye el plazo para que Irak se desarme. Esto, desgraciadamente, pondrá fin a cualquier vía diplomática para la solución del conflicto y abrirá la puerta a un nuevo enfrentamiento bélico. Aunque bien es verdad que, dada la inamovible postura de la Administración Bush, parecía ya hace meses inevitable.

El presidente del Gobierno español, José María Aznar, aseguraba ayer que se seguirían realizando esfuerzos para conseguir el desarme iraquí hasta el último momento, pero sus palabras sonaban a ultimátum y a que todo estaba ya decidido. Evidentemente no se dio a conocer cuándo comenzarán las acciones militares, ésto nunca se hace público. Y si las palabras de Aznar sonaban a límite, más lo hacían las del presidente norteamericano, George W. Bush: «Mañana (por hoy) es el día».

La cumbre de las Azores ha puesto en evidencia la falta de eficacia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el que las posturas de países como Francia, Rusia y Alemania, de un lado, y Gran Bretaña, EEUU y España, de otro, han estado muy diferenciadas desde el primer momento.

Si algo positivo puede haber salido de la reunión de los mandatarios de EEUU, Gran Bretaña y España, es la iniciativa de reforzar el proceso de paz de Oriente Medio. Pero, pese a ello, se ha evidenciado no ya una división transatlántica, sino una importante escisión en la línea de la política exterior de países de la Unión Europea.

Aún a pesar de la enorme gravedad de estas consecuencias, lo peor y más terrible es que estamos en puertas de una nueva guerra que puede iniciarse en cualquier momento y en la que, como en todos los conflictos habidos y por haber, quienes más sufren son los más débiles. Bush, Blair y Aznar decidieron ayer cerrar las puertas a otras posibilidades. Por desgracia, pese a la creciente oposición en todo el mundo, sólo queda esperar. Sadam es, tal vez, el principal culpable, pero llegar a esto debía haberse evitado.