Balears celebra el vigésimo aniversario de la aprobación de un
Estatut d'Autonomia en una festividad que, todavía, no tiene el
arraigo que otras efemérides tradicionales aglutinan con el tiempo.
Pese a ello, resulta importante la idea de celebrar la autonomía en
un intento por cohesionar a las distintas Islas en una sola
comunidad y también de dar entidad a una figura -la de la
autonomía- reciente y aún demasiado desconocida para la mayoría,
así como para reivindicar lo que queda por hacer.
Pasados estos primeros veinte años, que son toda una vida en lo
personal, pero apenas una infancia en lo histórico, habría que
preguntarse si era ésta la clase de autonomía política y financiera
que queríamos.
Es cierto que se ha conseguido mucho, aunque a trompicones, pero
se perdió en aquellos agitados primeros años ochenta la oportunidad
única de acceder a un modelo autonómico más avanzado, especialmente
en lo económico, como el que gozan Euskadi y Navarra, gracias a sus
particulares fueros.
Lengua, solidaridad e identidad fueron los pilares de Balears a
la hora de fundar esa autonomía que hoy se va afianzando, a pesar
de lo que queda aún por conseguir -Antich se refirió a la policía
autonómica y a la cogestión de los aeropuertos, así como la
aplicación efectiva del Régimen Especial- para alcanzar el techo
competencial. Una meta, la de la plena autonomía -excluyendo,
claro, defensa o política exterior- que se irá completando con
mayor o menor facilidad dependiendo del espíritu y la actitud del
Gobierno central. Por ello es importante este gran pacto nacional
que propone Antich a todas las fuerzas políticas y sociales. El
mismo espíritu de consenso que hizo posible hace veinte años el
Estatut debería reeditarse ahora en una tarea común para alcanzar
nuevas cotas de autogobierno.
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