Lamentablemente, si algo caracteriza los sucesivos planes
elaborados durante los últimos años a fin de lograr la paz en
Oriente Próximo es el posponer sistemáticamente las cuestiones
realmente capitales -el particular estatus de Jerusalén, el retorno
de los refugiados, los asentamientos de colonos, las fronteras del
futuro Estado- dando prioridad a aspectos puramente formales.
Ahora, la presidencia danesa de la Unión Europea presenta un
nuevo plan que a estas alturas no puede nacer bajo otro signo que
no sea el del escepticismo. Dicho plan, que cuenta con el
beneplácito de los Estados Unidos -la «generosidad» norteamericana
resulta patética, dadas las circunstancias-, viene a ser como el
granito de arena que Europa quiere aportar a esa reunión que se
celebrará el próximo día 16, en la que también participarán la ONU,
Rusia y Estados Unidos, y de la que no tan sólo cabría esperar un
plan concreto, sino unos plazos ceñidos y unas inflexibles
obligaciones a cumplir por las partes. Muchos son los problemas
pendientes y escasa la voluntad de entendimiento entre árabes e
israelís, tras dos años de crueles atentados y brutales
represalias.
Por si ello fuera poco, nos encontramos con un Sharon que al
amparo de Bush dicta su ley de la fuerza, y con un Arafat-en el
nuevo plan se le situaría al frente del futuro Estado, trasladando
el poder político a un jefe de Gobierno-convertido ya más en un
símbolo que en un interlocutor válido. En tales circunstancias, la
celebración de una conferencia de paz, igualmente prevista en la
iniciativa danesa, apenas cuenta con el valor de un gesto,
precisamente cuando estos días el Ejército israelí está lanzando
una dura ofensiva sobre la franja de Gaza. Mientras queden tantos
asuntos pendientes, la instauración de un Estado palestino el año
2005 continúa teniendo carácter utópico.
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