La propuesta comunitaria para la reforma de la Política Agrícola
Común (PAC) supondrá un recorte de las ayudas directas que llegan
actualmente al sector del orden del 20 por ciento durante un
período de siete años a partir de 2004. Traducido a cifras, unos
376.000 agricultores españoles, más del 40 por ciento del total,
dejarán de percibir 840 millones de euros en concepto de
subvenciones. Existen razones objetivas para la reforma de la PAC.
Un malsano productivismo que ha dado lugar a costosos excedentes y
a episodios tan absurdos como el de las 'vacas locas', figuraría a
la cabeza de todas ellas.
A mayor abundamiento, la necesidad de rebajar la impresionante
factura que supone la PAC, estando en puertas la incorporación a la
UE de los países del Este, se convierte en otro factor que
reclamaba un cambio de modelo en las subvenciones a la agricultura.
Pero ello no quiere en absoluto decir que se tenga que llevar a
cabo sin atender a las particularidades propias de un continente
tan extenso. Cunde entre nuestros agricultores la idea de que
España va a salir perdiendo substancialmente con la reforma, entre
otros motivos porque no se han tenido suficientemente en cuenta las
peculiaridades del sector agrario de los países del Sur, con
rendimientos siempre más bajos por razones climáticas.
Una vez más nuestro país puede salir perdiendo cuando de asuntos
agropecuarios se trata. Y aun admitiendo que aquí tenemos pendiente
desde hace demasiado tiempo una adecuación del sector
"explotaciones más racionales, cultivos apropiados a cada zona,
etc." entendemos que la prevista reforma debe matizar más en sus
recortes en pos de lo que hoy se conoce como agricultura
sostenible. Especialmente ahora, cuando cada vez está más claro que
el agro es un valor sólido, con futuro, más allá de supuestas
«alegrías» en el campo tecnológico e industrial.
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